FEMIFASINAITON

Donde esté una mujer, que se aparte el caviar

El más bello ser de la creación. La mujer, que nos vuelve majaras. A cada movimiento, en cada situación, a todas horas.

Que bonito contemplar la belleza manifiesta en todo su ser...

 

 

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IRRESISTIBLE ATRACCIÓN

Esos matices que vivimos a diario, se revelan reiterativos en lugares y tiempos diferentes. Pero en todos ellos, se coincide en la experiencia que se vive. Hablemos de esas miradas que nos pierden.

Ese Escote maravilloso - Fes clic aquí per veure la imatge en la seva mida original

¿POR QUÉ NO PODEMOS AGUANTAR SIN MIRAR?
 
Estamos en el currito. La primavera azuza el color de las cosas. Los aromas diversos y las muchiculturas se esparcen con la fuerza de la brisa. La alteración hormonal es patente. Algo está cambiando.
 
Ellas se desprenden de los sobrantes de trapitos. Se cobijan en maravillososo perfumes y se aligeran de ropa. Ofrecen lo mejor de ellas mismas. Las carnes salen a relucir. Las buenas, y las malas. Porque si los eróticos muslos y la exhuberancia de los pechos toman protagonismo, las grasas, las cartucheras y los michelines, lamentablemente, también.
Pero todo, absolutamente todo, lo relacionado con la mujer rejuvenece al mirar clandestino o descarado de los mozos y demás personajes testosterónicos.
Los corazones laten más deprisa. Los de los tíos. No por ná, el Mundial de fumbol y el tour están cada vez más cerca.
Un fenómeno hiperextendido en el currele, se expande cual mancha de chapapote ético por doquier. Llegan estas fechas del “destape”, afloran las piernas y las mujeres acentúan los escotes. La llamada de la selva retumba en el asfalto. El peligro sesuá asoma como un invitado imprevisto, aunque estimado y querido por casi todos.
 
¿Por qué no podemos dejar de mirar cuando nos acercamos a ellas?¿por qué?¿qué fuerza sobrenatural nos impulsa a lo que parece irrefrenable?¿cuá?
 
Ahí tenemos al compañero masculino, que con una duda laboral acechando a su inquebrantable buen hacer, se acerca a la mesa de la chica, para consultarle como encarar la cuestión. Ella detenta las respuestas a sus preguntas.
Ella está sentada. Trabajando, produciendo. Él está a su lado y se dirige a ella. Empieza a comentar el asuntillo que le ha traído a su lado, mirando distraídamente los papeles que sostiene en la mano, levanta la cabeza, y ahí empieza la ruleta de la “sangre fría”.
Ella ya le mira directamente a las pupilas, con las piernas cruzadas, y el cuerpo dirigido a su figura que permanece de pie. A lo matador.
Ipso factamente, como un sexto sentido, él siente la tentación llamando a sus retinas, mientras se oye a sí mismo rechinar, farfulleando chorradas que no parecen tener mucho sentido.
Cual lucifer tentador del alma inmaculada masculina, la rajita delimitadora de las mamellas, asoma por la blusita de la nena. ¡Dios! Los pitones apuntan turgentes detrás del wanderfú. Perfectamente delimitados, se dibujan al descubierto en la mente del visitante machomen. Y todas esas imágenes se recrean sin ojear directamente al oscuro objeto del deseo. Se captan sólo y exclusivamente, gracias a la famosa “visión pez sesuá” masculina.
En el sujeto masculino, este abierto grito a la maternidad, provoca el desconcierto.
Provoca y desconcierta. Provoca y desconcierta.
Descoloca al más beato.
Provoca y desconcierta. Provoca y desconcierta.
El tipo se ennirviosa.
Se sigue oyendo chapotear palabras mientras piensa:
“NO debo mirar, no debo desviar la vista. ¡Aguanta! ¡No mires! Dí algo coherente...”
Con su actitud profesional, aparentemente relajada, ella parece estar esperando “el error” del machito. El más mínimo errorcete. El de una miradita furtiva, casi sin querer,hacia la fruta prohibida.
Pim pabajo los ojos, pim parriba los ojos.
Delantándole como “uno más”.
Otro que no puede refrenar sus desenfrenos sexuales.
Otro que está sometido a ese “miembro longaniza” que tanto sirve para aliviarnos como pa procrear. Subyugados a sus deseos, a sus tentanciones. Sin control, ni criterio, ni personalidad.
Y efectivamente. El hombre por mucha resistencia que ofrezca, por mucho que trate de pensar en otro merdé, antes o después durante la entrevista con la jamba, aunque sea una micra de segundo, acaba posando sus ojos ande no debiera.
Ellas, lamentablemente, siempre acaban dándose cuenta. Su actitud las delata. O bien hacen un gestito de recolocación de la blusa aunado con una mirada hostil. Las estrechas.
O bien se sonríen satisfechas y complacidas entornando los ojos. Las ligeras de cascos.
 
Amigos, esta fuerza tiene un nombre: es “la Fuerza de la Pechuga”, capaz de remover y activar los instintos más básicos del hombre, antesala de lo que los curas llaman, “el pecadito de la carne”.
Sigamos disfrutando de esta fuerza sobrenatural.
Del placer de lo prohibido.
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DALT

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