Cuando tenía 30 años y hacía poco que había venido a vivir a Reus, tuve la suerte de conocer a un grupo de gente que me introdujo en el mundo de la montaña. Todo empezó con unas primeras salidas familiares de domingo que me descubrió el territorio próximo de las comarcas vecinas, desconocido hasta entonces para mí, y mi vida sedentaria, urbana y convencional comenzó a cambiar. La sierra de Montsant, las Montañas de Prades, la sierra de Llaberia y otras que paulatinamente iba recorriendo, fueron el escenario de excursiones cada vez más frecuentes, largas y ambiciosas. No sólo en el sentido deportivo, sino también como herramienta de conocimiento para adentrarme en un territorio, unos pueblos, una gente, una cultura y una historia que, con el paso de los años, integré en mi mundo interior hasta que empecé sentirlos como propios.
Pronto me llevaron a los Pirineos, que también se convirtió en escenario para nuestras ascensiones cada vez más audaces. Mis lecturas juveniles se materializaban, ahora era yo quien podía vivir en primera persona las aventuras que hasta ese momento sólo había leído en los libros. Una primera incursión en la cordillera de los Alpes fue un punto de inflexión en mi vida. La afición se convirtió en pasión. Era como si la montaña hubiera abierto una puerta al fondo de mi herencia genética y ahora descubriese unas cualidades propias, unos rasgos de mi carácter hasta ese momento adormecidos, que ahora salían a la luz y me llenaban totalmente. Estaba viciado. Mi adicción me llevaba a esperar con impaciencia el fin de semana y poderme levantar antes del amanecer, agotarme en largas jornadas de esfuerzo generoso compartido con los amigos, acortar los tiempos de las guías, escalar, correr, rapelar por los barrancos, hundirme en la nieve hasta las rodillas, encadenar un pico tras otro.
Sin ninguna planificación previa, mi libreta de excursiones se iba llenando de recuerdos imborrables. Tal vez fue un proceso de evolución natural, el caso es que, con el paso de los años, fui quemando etapas en una modesta pero satisfactoria trayectoria en la montaña. Las sucesivas aventuras nos llevaron años después por cuatro continentes, por cordilleras lejanas y países exóticos. Nunca había pretendido ser un alpinista famoso, tampoco quería intentar un ochomil del Himalaya o encararme con la dificultad extrema como mis ídolos, las aventuras de los cuales seguía leyendo en los libros. Aún así y mirando hoy hacia atrás, puedo sentirme satisfecho. Una de las cualidades más destacadas de la afición montañera es que puedes adaptarla a tu talante y nivel físico y disfrutar sin limitaciones.
Ahora, 40 años después de mi llegada a Cataluña, ya jubilado y con más tiempo para mis cosas, me he propuesto ordenar todos aquellos recuerdos y plasmarlos en estas líneas. Esta es la primera parte del mis queridos archivos de montaña.
Primavera 2017